El día 23 de abril celebramos el día del libro. Cada año hay un autor o autora que redacta un manifiesto. Este lo ha escrito Almudena Grandes. He aquí el manifiesto:
Todos somos
Robinsón
Escribir
un libro es inventar una isla desierta, modificar con un punto apenas
perceptible el mapa de los sentimientos, de las emociones humanas, para desear
fervientemente un naufragio, la llegada de ese Robinsón desnudo y desarmado que
somos todos los lectores cuando abrimos por primera vez un libro.
Yo
he creado algunas de esas islas, pero he colonizado muchísimas más. He nadado
centenares, quizás miles de veces, hasta el barco, y he vuelto remando, con
madera, con lienzos, con comida, con armas y municiones para defender mi casa.
Y en muchos de esos viajes, un grano de trigo ha caído en la tierra sin que yo
me diera cuenta, y el sol y la lluvia lo han hecho germinar, y ha crecido una
espiga para que yo pudiera cosecharla, y molerla, y fabricar por fin mi propio
pan, un pan que me ha alimentado mucho más que las tostadas que desayuno todos
los días. Yo he aprendido muchas más cosas en los libros que en la vida, y he
sido feliz, y desgraciada, y me he reído, y he llorado, y me he asustado, y me
he emocionado, y me he enamorado, y me he desenamorado muchas más veces, porque
los libros viven, laten, palpitan con su propio corazón. La literatura es el
telar donde Penélope teje cada día con los hilos de la vida humana el sudario
que desteje cada noche para empezar otra vez, apenas sale el sol, desde hace
miles de años.
La
lectura y la escritura son dos caras de la misma moneda, una isla desierta y su
náufrago. Yo lo sé bien, porque fueron los propios libros quienes me abocaron a
escribir libros, y si antes no hubiera vivido leyendo, nunca habría podido
empezar a escribir. Cuando descubrí la extraordinaria capacidad de la
literatura para multiplicar y enriquecer mi vida, la prodigiosa generosidad con
la que desplegaba ante mis ojos una infinidad de aventuras, de lugares, de
identidades múltiples que sin embargo eran capaces de superponerse sin
conflicto alguno a mi propia identidad, para coexistir con el tiempo y el
espacio de mi vida verdadera, me enganché a los libros como otros se enganchan
al ejercicio físico, al alcohol, a la velocidad o a la música. Y si alguna vez,
aquel fervor se identificó con la necesidad de autoafirmación de todos los
adolescentes, pronto empezó a confundirse con el puro instinto de supervivencia
de los adultos.
Eso
sigue siendo tan cierto que, si en este momento, alguien me obligara a elegir
entre vivir sin leer y vivir sin escribir, estoy segura de que acabaría
renunciando al oficio que he perseguido desde que era una niña que decía que
iba a ser escritora. Porque tal vez sería capaz de llegar a ser feliz
trabajando en otra cosa –una librería literaria, una papelería bien surtida de
rotuladores y lápices de todos los colores, una ferretería empapelada de
cajoncitos con tuercas y tornillos, o una huerta- pero, para mí, vivir sin leer
ya no sería vivir, sino un sucedáneo insoportable de la vida.
¿Quieren
ustedes vivir? Lean.
¿Quieren
vivir más años, con más intensidad, más variedad, más alegría? Lean más.
Déjense
llevar por las eternas mareas de una pasión inmortal y no teman a las olas. Al
otro lado de cualquier océano siempre hay una playa, una isla, un mundo
completo que sabrá llamarles por su nombre y un grano de trigo que les está
esperando.
Almudena Grandes
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